sábado, 19 de octubre de 2013

VIERNES 25 DE OCTUBRE: A. ECHEVERRÍA, M. NIGRO, G. CIANCIO, S. RIESTRA


                                                                         Andrés Echevarría 

(Melo, 1964) es un poeta, ensayista y dramaturgo uruguayo. Investigador Asociado de la Academia Nacional de Letras. Entre otros premios, obtuvo el Premio Juan Carlos Onetti en 2011. Sus poemas y ensayos figuran en diversas antologías y revistas literarias de su país y del extranjero. Algunos de los títulos que ha publicado: La sombra quieta de la letra F (Melón, 2012), Cuando la luna vuelve a su casa (Banda Oriental, 2012), La plaza del Ángelus (Yaugurú, 2011), La sombra de las horas (Estuario, 2009) y Señales elementales (Artefato, 2006).

Terpsícore

una noche Terpsícore despierta
y mira hacia su lado aquel vacío
dejado por la sombra del marino
que en mares de la muerte ahora navega

si Forcis es la música en la ausencia
la danza no le ahoga los sentidos
prepara entre las sábanas un nido
y nacen en tres días tres sirenas

sin padre medio peces medio humanas
por ser de algún recuerdo entre las aguas
pasiones que no encuentran un destino

ahora ellas conviven con las algas
en híbrido lamento hasta que caigan
los hombres por sus cantos conmovidos


Dos viejos comiendo sopa

era de ocre el color de la cortina
cuando pasaba los umbrales y era
de mármol indiferente la espera
con vista al patio luego la cocina

con blanca y desocupada rutina
gastando su silencio de escalera
de caldos de verduras que bebiera
mi abuelo allí sentado en disciplina

de elipsis luminosa como intruso
mi abuela le servía el alimento
y él que lo consumía en los decursos

sin voces que explicaran esos usos
de objetos quietos en un vaciamiento
y presos de condenas sin discursos


Sylvia Riestra

Vellón

El cuero de la res, su vellón
colgado al aire 
para secarse sacarse los restos de vida
de recuerdo,
una pieza de puzzle
recortada sobre el azul intenso
sobre el verde oscuro
intercambio de sitios.
El cuerpo será velado en vinagre
durante la noche
facilita el cocimiento mejora su gusto.
La cabeza del cordero casi intacta colgando del cuero
esa cabeza veía berreaba era feliz
en los cuentos de mi madre,
en la memoria de esos cuentos.
Se recortaba sobre una pradera celeste,
había una oveja que se distraía
un cordero que se aventuraba.
Sobrevenía la pérdida,  la búsqueda
el ahogo compartido
yo pedía siempre ese cuento
su principio despreocupado
su final feliz
su angustia  su derrotero calibrado
-un  puzzle cercenado incompleto-
la idea de la desaparición insostenible
a no ser por su naturaleza de cuento
a no ser por la felicidad final del reencuentro.
Sobre  el cordero caía la culpa siempre cae la culpa
el rayo de dios la intemperie cósmica
“cordero de Dios que quitas el pecado del mundo
 ten piedad de nosotros”
ahora colgando de un árbol de un poste.
Medir el sufrimiento desde ese cuero memorioso
o desde la madre eglógica
buscando en cada foso del terreno
a su hijo perdido.
Se suceden noche a noche
las ovejas blancas rebosantes de lana
las madres que buscan a sus corderos
perdidos de Dios
de la piedad de Dios
de la piedad de los hombres.

El cordero asado a fuego lento
su sacrificio
los invitados y los parientes
de los invitados
observan al cordero estaqueado
deprivado, horizontal
en medio de risotadas brasas cenizas.
El cráneo reseco como mascarón de proa terrestre
en medio de un mar verde.
La oveja encontraba al cordero en el final del cuento de mi madre
topaditas de abrigo de lana de vellones de letras de balidos.
La madre del cordero asado busca al cordero desaparecido
los invitados y los parientes de los invitados no la ven no la oyen
o parece
Ella no sabe que repartieron en porciones humeantes la culpa
ni quién se llevó al cordero quién traicionó
el final del cuento de mi madre
quién repartió en porciones la culpa
quiénes silenciarán lo que supieron, lo que saben todavía.

Gerardo Ciancio (Montevideo, 1962). Ha publicado los libros La crítica literaria integral (1998), La ciudad inventada, (1998), La cultura en el periodismo y el periodismo en la cultura. De Mario Benedetti a Maldoror (en coautoría), Soñar la palabra (Planeta, 2012), Arquitrabe (Editorial Aedas, 2010) y Cieno (Editorial Yaugurú, 2011).


(tríptico trance)

a la memoria de
José Isabelino Ciancio, mi padre

“saca tu cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu cuerpo de la muerte”


Jaime Sabines


a.

Si ese aroma a pinares llegare de esta infancia si anduviese el
recuerdo más cauto de puntillas como si la memoria no caducara como si
la huesa silencio sin entrañas como si tendría cenizas y sentidos /
salvada así la contradicción
de hallar a mi padre sin su enjutez enferma sin su osario un padre mío
atesorado en el tiempo común de nosotros / Rota ya la flagrante
infancia y rotos ya sus albores /  padre padre en la redundancia mejor
de su regreso
Parece ser que sólo el verso regresa versura sólo a él la inmovilidad
de lo hecho / una vana constatación / si los pinos y toda su fragancia
/ claro que sí:
allá mi padre padreando en su arboladura pinar
A este lado del muro el jueguito escandido del poema.


b.


¿Cuál es la infancia mejor?  ¿Do la hallares, palafrenero? ¿Aqueste mar
es tu mar de marear / tu aguja? ¿Luce así el tiempo tan campante sin su
niño?
Los huesitos paternales: ¿dónde fueron a heder?
¿O es sólo tuyo el pater canto al pie de la muralla, Don Jorge?
¿Debiere volver a tu villa de Paredes de Navas tras tu muro en Castilla
tan castellana?
¿Funge mi padre guerrero encastillado / me obligas /?
Un tiempo el suyo sin su adarga sin su albarda sin su fasto / apenas
te concedo el ronroneo de un tango sin quebrar aprisa la madrugada
Los albores no es recordarse al gallo pues su alba labor va puerta al
puerto
proa a su triste edificio de su fugaz Montevideo ya ni cruel
¿Y si suda mi padre su sudario?

c.

Una pequeña gota de ese mar río marrón que entorna mi conciencia
muy fina a su intangibilidad porque la gota de agua escasa ya es idea
Una traza sin huella casi osada de sí  / entrada en los años desde su
nacencia quebrada / Una minúscula canción engotada nocturna aún sin
componer
si fuere certero una gota gárgola que suministra la muerte
Porque no fueras a creer que cualquier dribiling elude la insistencia
de su porfía funesta / es decir sin temor a descubrir su desembocadura
sin mayores mohines que sólo pueden empeorar las cosas
Uno puede pasársela mejor agotado en su luz reflejada mejor en términos
comparativos / no creas / Que de vivir bajo la pendencia de un cabello
tu gota mi gota la gota / incluso / que vertiera mi padre (y  que aún
fulge en sus ojos ya no vistos entre nuestros pinos) trocarían en
espadas, Damocles.


Tiene publicados seis libros de poesía y varios artículos y ensayos sobre poesía, arte y derecho, en publicaciones literarias y académicas, del país y del exterior. Integra varias antologías y publicaciones colectivas de poesía y ensayo. Obtuvo el primer premio de poesía en varias ediciones de los Premios Anuales de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura, entre otros, por los libros Umbral del cuerpo, El río vertical y El tiempo circular. Y el Premio Bartolomé Hidalgo de Poesía 2011 otorgado por la Cámara Uruguaya del Libro, por el libro Después del nombre (publicado ese año por Ediciones Estuario).





Poesía     

I.

Allí en el centro el eje refulgente
la armadura de adentro
el numen comprimido hasta el vértigo.

He entrado en la carcaza vacía el cofre
donde va la menudencia
ingrávida la invertebrada rosa.

Y si en el minúsculo templo
la ojiva sagrada de perfil
dentro de una palabra
el poema entero muestra

llego a ver la luz que enceguece
como en las tumbas

el entreabierto redil de los huesos.



Escancia el agua más pesada
y el tormento
es no beber sino una leve gota.

Qué más hollado que ese retablo blanco
donde inscribe el pensamiento su deseo

(invisible filigrana la escritura
sobre pozos inundados,
inservible contraseña la palabra
en la antigua bloqueada
servidumbre de paso)

qué más herido qué más seco
que el poema aún no escrito
y esa sed de la página en blanco
y esa humedad atroz
de lo innombrable.

III
La palabra,
pequeño pájaro
en el aire
piedra de la voz.

Aguantar la palabra
en el ojo que lee
ver el vuelo y su zumbido
atrapar el brillo en el lomo vocal
del pájaro, el fraseo en llamas
su línea de fuga hacia el papel del cielo.

Nombrar lo que no existe
con la punta del pájaro suspenso
coloreando el aire que traspasa.
Y las palabras quedan hechas piedra
gema engarzada en el vientre del pájaro
luz de la saeta con que escribo.

Cruza después en último vuelo ante mis ojos
y se vuelve al lugar de lo innombrable
de donde nunca debería haber salido.

(Vuelo de duelo:
doloroso el cielo de la página,

ralo el ramaje del árbol del poema.)